“Entro a la caverna con él en brazos y lo deposito con cuidado sobre mi piedra jaguar. Pongo mis manos sobre su corazón, sobre su frente, y voy llamando a los sabios y los seres de luz que acuden lentos y comienzan a rodearlo por la cabeza.
Primera vez que la caverna está oscura y fría. No hay luz. Contrario a lo esperado, al imponer nuestras manos sobre su cuerpo, nos elevamos nosotros en vez de él. Nos elevamos como en una ronda de paracaidistas y reconozco a varios de sus amigos entre los que, tomados de las manos, armamos esta gran ronda. Esperamos…
De repente, expelido y veloz, cruza el vacío que encierran nuestras manos unidas, atraviesa el espacio como un hombre bala hacia arriba, hacia una esfera de luz jamás vista antes por mi. Iridiscente, inabarcable, vibrante, una luz viva… palpitante, pulsa. Gigantesca, parece la bóveda del cielo vista desde Orongo. Ahora pienso que esa velocidad es la que habrá sentido al ser eyectado de su moto.
Mi hermano Francisco acaba de morir. Yo ya lo se… Acabo de verlo en viaje hacia la luz. En paz le deseo buen viaje.
Junto al sol, en Tahai, grandiosa caída del astro dios.”